Lo de “la regeneración democrática” parece por fin habitar
entre nosotros. Otro cantar será si es por convicción, por interés electoral,
por necesidad de supervivencia o por una mezcla de todo ello.
Estarán conmigo en que el
desenfreno en este terreno no tiene límite y cualquier propuesta, por
estrambótica que pueda parecer, se hace ahora solemnemente
en nombre de la regeneración democrática. Desde instaurar un régimen
presidencialista autonómico o de alcaldes, cuasi caudillista, hasta propiciar
la elección de parlamentarios en listas nominales sin el concurso partidario.
Por poco cuela, si no fuera porque quien esto propone, previamente, ha abominado de la ideología y de los propios
partidos como herramientas de participación colectiva y democrática.
Estando en estos dimes y diretes, miren por dónde, me
invitan el pasado 16 de septiembre a
comparecer ante la Comisión de Economía de la Asamblea de Extremadura. Querían, según me señalaban, conocer la visión
de Comisiones Obreras sobre la situación socioeconómica de Extremadura y sus
perspectivas de futuro. Buen momento para el análisis, la reflexión y la
aportación de ideas, me dije. Está muy bien, sí señor.
Doy la bienvenida a cualquier iniciativa de la política para contactar con la sociedad
civil, agentes sociales y económicos, personas expertas, colectivos,
consultoras, etc.; aunque pareciera un poco tarde por estar sólo a ocho meses de las elecciones. La situación es
tan funesta tras seis años de intensa crisis que bien merece la pena.
Durante este periodo hemos asistido al destrozo del empleo y
de las empresas productivas, al deterioro de los pilares básicos del Estado Social
que logramos construir para proteger a las personas más necesitadas y al
empobrecimiento paulatino producido por el alto desempleo y la brutal
devaluación salarial.
Todo lo relacionado con el Parlamento me merece mucho
respeto. Por educación y convicción he logrado combinar mi vena izquierdosa con
un profundo formalismo democrático. Y si uno ya de por sí, con ese conductismo
propio de los que desde niños bebimos de la ideología del trabajo, es algo
autoexigente; en esto de prestar atención a la institución parlamentaria, lo
que haga falta, con rigor y responsabilidad.
Así que tras varios días de curro, consultas, recopilación
de datos, reflexiones y propuestas, me preparé una docena de folios y con ellos
me fui puntual a la cita, dispuesto a pormenorizar, debatir y concluir con sus
señorías todo aquello que consideraran oportuno, asumiendo de antemano su
pluralidad política y diversidad ideológica, como es lógico y natural.
Resultaba interesante tener la oportunidad de exponer de
manera directa, por poner unos ejemplos, que en Extremadura más de 50.000 personas
mayores de 45 años a lo mejor no vuelven
a trabajar más en su vida; que poco más del 1% de los contratos que se firman
en la región son fijos a tiempo completo, que los asalariados hemos perdido
casi mil millones de euros en estos años y que ya sólo nos quedan 25 empresas industriales
con más de cien empleados.
Al llegar supe que la comparecencia era más restringida de
lo que yo pensaba respecto de personas y colectivos intervinientes: sindicatos
y empresarios solamente. También que la iniciativa no era de todos los grupos,
sino sólo de uno.
Entonces me rondó en la cabeza que a lo mejor lo de debatir
en sede parlamentaria y buscar soluciones colectivas no era tan compartido como
yo creía. Aunque carecería de sentido un
hipotético paripé cuando tanto se exalta
ahora la regeneración democrática.
En la sala esperaban tres de los cuatro grupos representados
en la Asamblea. Uno no asistió y otro se ausentó cuando empecé a leer,
volviendo cuando me estaba despidiendo. Sólo quedaron dos grupos para
escucharme, los más numerosos.
El presidente de la Comisión me recordó a un maestro que tuve de niño, que nos explicaba
las matemáticas como echándonos una bronca y empecé a pensar que aquello no
terminaría bien. Efectivamente, llevando quince minutos de lectura y próximo a finalizar el análisis del periodo
de 2008/2013, cortó mi intervención diciendo que el tiempo se había acabado. Sus
señorías pues, se quedaron sin escuchar nuestras conclusiones, reflexiones y
propuestas. La verdad es que mucho entusiasmo
y empeño tampoco les vi.
Pueden imaginar que a esas alturas, mi idea de “todo por la
causa” ya se había tornado, empezando a pensar que cada cual tenía su propia
causa y que cada vez éstas tenían menos que ver con la mía. ¿Y las causas de
los de fuera de allí que tan mal lo están pasando?
Pero no se terminó
aquí: los portavoces de los dos grupos, cada uno en su turno, sacaron las
mismas letanías que tienen aprendidas para sus ruedas de prensa y dispusieron
de mí y de la parte de intervención que me dejaron ofrecer como si de una pelota de pimpón se tratara.
El presidente me invitó a despedirme por tiempo de diez
minutos cuando el último de estos portavoces acabó de escucharse a sí mismo; yo
me había percatado con anterioridad que también sólo me había escuchado a mí
mismo.
Empleé solamente un
minuto en la despedida, lo que tardé en expresar mi decepción. El resto del
tiempo, a la vista de la situación calamitosa que está viviendo mucha gente y
de la necesidad de una verdadera y profunda regeneración democrática, efectiva
y no propagandística, he preferido dedicarlo a contárselo a todos ustedes.
Julián Carretero Castro. Secretario General de CCOO de Extremadura.