La autora ve en este mal, causa importante de la desafección imperante en la actualidad hacia la "política" y las instituciones .
Pero como lo mio no es el comentario de texto y el artículo es a mi juicio impresionantemente bueno y esclarecedor, he obtenido permiso de la autora para subirlo integro a este Blog, así como para darle desde el mismo la máxima difusión y poder así hacer extensivas, las reflexiones en él contenidas, a cuanta más gente, mejor. Gracias Beatriz por este artículo, por tu compromiso socio político permanente y por tu permiso, claro. Y gracias, como no, a cuantas personas a través de este Blog os hagáis eco del mismo y querríais compartirlo.
EN DEFENSA DE LA POLÍTICA
Beatriz
Muñoz González
Profesora
de Sociología en la Universidad de Extremadura
(Artículo
publicado en el diario HOY el 17 de febrero de 2014)
Asistimos a la
expansión de una categoría profesional en el staff de los partidos. Extraña mezcla de creadores de opinión,
consultores y asesores personales. Mitad activistas, mitad teóricos; entre
agitadores a tiempo parcial o estrategas a tiempo completo; cocineros de
encuestas unos, sociólogos otros... Cada caso concreto presenta rasgos
específicos o enfatiza alguno, pero todos son,
en definitiva y en la política española, sus "Marshall Ganz",
el gurú de la campaña electoral de Obama en 2008, pero con las peculiaridades
del Celtiberia Show.
Ya estaban inventados, pero su presencia en los medios de comunicación es creciente. Son los hombres de moda en política y han ido adquiriendo un excesivo protagonismo en ella, pues parece que los resultados electorales y, por tanto, la posibilidad de ejercer la acción de gobierno, dependa más de eslóganes e ingeniería mediática que de las ideas y su debate. Otra dimensión de un fenómeno que ha ido desplazando la atención del mensaje al mensajero: de las noticias del corazón a los periodistas del papel couché, de la economía a los economistas, de la opinión a los constructores de opinión.
Ya estaban inventados, pero su presencia en los medios de comunicación es creciente. Son los hombres de moda en política y han ido adquiriendo un excesivo protagonismo en ella, pues parece que los resultados electorales y, por tanto, la posibilidad de ejercer la acción de gobierno, dependa más de eslóganes e ingeniería mediática que de las ideas y su debate. Otra dimensión de un fenómeno que ha ido desplazando la atención del mensaje al mensajero: de las noticias del corazón a los periodistas del papel couché, de la economía a los economistas, de la opinión a los constructores de opinión.
Vender bien en
política es muy importante, pero cuando los estrategas y vendedores de ideas
adquieren más protagonismo que éstas, la democracia se debilita. Quizá no nos
hemos parado a pensar en cómo este fenómeno contribuye a la desafección
ciudadana hacia los partidos: si es una cuestión de ventas y las ideas no son
importantes, la política se convierte en una carrera por vender más y mejor, y
deja de ser la confrontación de ideas para organizar la sociedad de la mejor
manera posible y así resolver los problemas de las personas. Si las ideas desaparecen, se convierten en
frases publicitarias o no se ven, el “todos son iguales” para calificar a los
partidos llega solo.
Estos diferentes
planteamientos sobre la organización de la sociedad tienen, además, un nombre:
“ideología”, que resulta ser una palabra constantemente denostada por los
vendedores. ¿Qué debemos entender cuando un presidente de gobierno dice que la ideología no
tiene que introducirse en asuntos de Estado como la sanidad o la educación?
¿Acaso defender una sanidad pública es ideológico y no lo es defender, contra
toda evidencia, que su gestión privada es mejor? ¿Acaso introducir la religión
en la escuela como materia evaluable, con el mismo peso que las matemáticas, no
es ideológico? ¿No es ideológica una subida de impuestos indirectos mientras
los directos que gravan las rentas más altas no se tocan? ¿No hay ideología en
bajar el IVA de las obras de arte y antigüedades y mantenerlo tal cual en el teatro
o el cine?
Negar las ideas en política es
desnudarla, algo que solo puede responder al empecinamiento de quienes quieren
erradicar el debate e imponer la lógica de la apariencia y la impostura,
consustanciales al engaño y la mentira que, por cierto, casan muy mal con la
democracia. En ésta hay debate y
confrontación de ideas, de IDEOLOGÍAS. La popularidad y el protagonismo en
partidos y gobiernos de muchos gurús del marketing y la estrategia contribuyen
a ocultarlas, eliminarlas o a reducirlas a meros eslóganes debilitando la
democracia.
En cualquier caso, si tuviese que
elegir a alguno de ellos, me quedaría con Marshall
Ganz, básicamente por un motivo: no llegó a liderar la organización de la
campaña de Obama de la noche al día, con un título de Yale o Harvard o con
experiencia en empresas de mercadotecnia o análisis político de más o menos
prestigio debajo del brazo. Un año antes de terminar sus estudios los abandonó.
Durante años se bregó en la calle, se hizo en ella: asociaciones de agricultores, sindicatos,
ONGs… Un curriculum vitae repleto de
un activismo social sin sospecha - matiz importante- encaminado a mejorar la eficiencia de
organizaciones sin ánimo de lucro en el ámbito del desarrollo comunitario
fundamentalmente. En 1991 regresó a Harvard para terminar sus estudios, quería
soporte teórico a su praxis; habían pasado 28 años desde que se fuera. En el
2000, con 57 años, obtuvo su doctorado en sociología y posteriormente su puesto
como profesor de Políticas Públicas en esta universidad. No se trata, por
tanto, de una carrera meteórica de un brillante graduado universitario. Si en
2008 lideró la campaña electoral de Obama fue por su extraordinario bagaje en
organizaciones de base, no por sus credenciales académicas, sus trajes
elegantes o sus modales de pijo. El perfil de Ganz no es garantía de que la
política no se acabe convirtiendo en marketing, pero al menos me ofrece más
credibilidad porque refleja una
trayectoria centrada en transformar la realidad desde abajo. En Celtiberia Show, hacemos las cosas de
otra manera. Todo más rápido y sobre otros cimientos. Distinto.
Así las cosas,
esta reflexión no estaría completa sin aterrizar en el terruño. Respecto a él
cabría preguntarse si en el futuro los manuales de Ciencia Política de Yale o de
Harvard analizarán, como estudio de caso, el experimento extremeño
Redondo-Monago. Quizá acaben resaltando sus resultados electorales si estos son
buenos en elecciones futuras; quizá se refieran al fiasco de sus resultados
económicos tal y como están evidenciando las cifras de paro y pobreza. Los
resultados electorales se ajustarían a las pretensiones de poder de un partido;
los económicos no lo harían a las de bienestar de una ciudadanía convertida en
el público de una campaña
publicitaria permanente, mientras sus
salarios, derechos y trabajo se desvanecen. Son los efectos de privilegiar el
marketing sobre la política: lo imaginario se impone a lo real, la atención se
desvía hacia lo superfluo y secundario y la ciudadanía sale perdiendo.
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